miércoles, junio 10, 2009

Memorias de un cinéfilo (3)


Parte de esa cultura cinematográfica que nos hemos forjado a lo largo de estos años viene tatuada en los soundtracks, temas musicales o bandas originales de las películas por las cuales sentimos una marcada predilección. En esos sonidos inolvidables se conjuga una porción significativa de nuestras afinidades como expresión de esa cultura de masas que para bien o mal nos pertenece.
Los temas musicales de las películas establecen asombrosas asociaciones con fragmentos claves de nuestra vida, articulándose con las imágenes, que a pesar del tiempo transcurrido, permanecen ancladas en nuestro inconsciente colectivo. Si pudiéramos unir cada uno de esos instantes musicales, tendríamos narraciones maravillosas, que unidas a las imágenes, estructurarían el mejor guión sobre nuestro recorrido por esta vida.
En mi caso particular comienzan a seducirme los temas de películas desde la famosa Marcha del Coronel Boggie, según adaptación que hace Malcolm Arnold de una pieza compuesta originalmente por Kenneth Alford y que forma parte de la banda sonora del filme El puente sobre el río Kwai (1957), dirigida por David Lean (el mismo del Doctor Zhivago y Lawrence de Arabia).
Después con el correr del tiempo se agregarían otros temas como: el Tema de Lara de la película Doctor Zhivago; Zorba el griego; Gotas de lluvia caen sobre mi cabeza, composición de Burt Bacharach que sirvió de tema al film Butch Cassidy). Con mucha emoción recordamos la música de Los Magníficos 7, basada en los 7 samurai de Akira Kurosawa y que en nuestro medio se conociera como 7 Hombres y un destino); Un hombre y una mujer; El último tango en París (tema compuesto por el Gato Barbieri para el film de Bernardo Bertolucci), entre otros nombres que saltan desde el baúl de los recuerdos.
Muchos de estos temas tienen tanta calidad que han cobrado su independencia para perdurar más allá de las imágenes y anclarse en nuestra más recóndita memoria. En algunos casos es tanta la calidad que al pasar los años tarareamos estas melodías sin recordarnos ni un centímetro de la película. De esa galería surgen nombres de compositores con gran fuerza creativa y trascendencia.
En una lista muy especial colocaría a Nino Rotta, portentoso compositor italiano que acompañó con su música a directores prestigiosos como Fellini (en La dolce Vita y 8 y medio), Visconti (El Gatopardo), Zefirelli (Romeo y Julieta), Francis Ford Coppola (la saga de El Padrino basada en libro de Mario Puzzo), Ennio Morricone, autor de numerosos temas de cuales citamos: Por un puñado de dólares y El bueno, el malo y el feo, dirigidas por Sergio Leone, además de Cinema Paradiso, de Giuseppe Tornatore; John Towner Williams, autor de La guerra de las galaxias, ET, Indiana Jones, Harry Potter y el Prisionero de Askabán, entre otros múltiples sound tracks).
Quizás esa toma de conciencia ante la calidad de algunos temas musicales hechos para el cine se produce en mí a partir de los western espagueti, que en medio del tiroteo y la bien concebida violencia noté un lenguaje especial que más de una vez me hizo volver al cine para ver de nuevo la película y así escuchar los cautivadores sonidos.
Temo que al hacer estas afirmaciones no estoy siendo nada original, pero es a partir de estos temas hechos para acompañar las escenas cargadas de emoción cuando la banda musical comienza a tomar mayor relevancia en el gusto del público. Un sector nada despreciable de la crítica señala que el spaghetti western cambió la forma de hacer cine porque hasta ese momento, salvo muy contadas excepciones, las expectativas e interés del público estaban centrados en los protagonistas y el director, dejando para un tercer y cuarto lugar la música y el guión, dos factores vitales para conferir belleza estética y fuerza corporal respectivamente a cada filme.
Al convertirse en un elemento clave que refuerza el contenido de cada escena, la música en la actualidad ocupa un lugar estelar casi igual que los actores y el director. Quien escribe música para cine no debe ir sólo al centro de las imágenes sino al fondo mismo del corazón del espectador. Eso explica la razón por la cual nuestro estado de ánimo cambia después de ver determinada película. Una prueba de ello pude constatarla cuando vi Cinema Paradiso, de Giuseppe Tornatore en el teatro Caroni en la Plaza Venezuela. Al salir estaba llorando y con un nudo en la garganta. Mi acompañante, el amigo Manuel Cabesa con los ojos también humedecidos me invitó a tomarnos unas cervezas y así comentar esa inolvidable película. La música establece las pautas de tensión, zozobra, emoción, placidez y el clímax en una producción cinematográfica. Lo más asombroso es que al pasar el tiempo esa música sigue hurgando en los recuerdos para estructurar en nuestro interior otro guión que quizás nunca escribiremos pero que convive con nuestra respiración y nuestros más caros anhelos. Esta historia continuará. ¡Abur y hasta la próxima semana!

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