sábado, mayo 30, 2009

Memorias de un cinéfilo (2)


Es imposible eludir o negar el papel que ha jugado la Cinemateca Nacional en la formación de la conciencia cinematografía y la educación visual de muchos de quienes hoy pasamos de los 40 años.
En esa vieja edificación de la GAN que desde hace 43 años le sirve de sede a la Cinemateca Nacional se gestó la más profunda y fructífera cátedra de historia del cine, al tal punto que mi profesor Carlos Camacho, encargado de la cátedra de Introducción al cine en la UCV, no se cansaba de repetir: “Ustedes aquí no van a aprender mucho. Mejor váyanse a la Cinemateca. Es mucho más efectivo”.
Muchos le tomaron la palabra. En mi caso ya me había adelantado a esta sabia sugerencia. Durante muchas noches, sorteando entre horarios inconvenientes y el escaso dinero, me trasladé a la Cinemateca para disfrutar y aprender de los clásicos. Cada noche tenía acceso a una cinematografía, un director o una propuesta distinta, cuya comprensión se facilitaba a través de las muy didácticas fichas técnicas que venían tipografiadas y procesadas vía esténcil en tamaño extra oficio.
Además de entrar en contacto con un mundo inédito, de fructífero aprendizaje y permanente fruición, mis visitas a la Cinemateca me permitieron conocer muchas personas con quienes ejercité mis primeras críticas cinematográficas. Ese fue el mismo tiempo cuando llegué a tapizar todo mi cuarto con afiches de las principales instituciones culturales del país. Recuerdo un afiche de Emiliano Zapata alusivo a una muestra de cine azteca. La figura del legendario revolucionario dominaba toda la habitación en la cual compartía espacio con otros pósteres.
Junto a mi afán por coleccionar afiches, se iniciaba mi interés por incrementar el número de libros y discos de aquel entonces. Si hay una canción que ilustre certeramente esa etapa de mi vida, esa se llama Tornero, pieza que interpretaba el grupo italiano I Santo California (aunque creo que la original era de La Quinta Faccia). Esta canción me recuerda el despecho que me causó una novia cumanesa. Esas horas de desamor las fui llenando con música y tertulias entre amigos y amigas en un apartamento de la prolongación de la calle El Lago de Los Magallanes de Catia. A la par de los nombres de los muchachos y muchachas de la cuadra (Enrique, Jose Luis, Blanquita, La Negra, Sonia) brotan los ecos de algunas melodías como: La guerra de los Dioses, de Billy Paul; Todos los barcos, todos los pájaros, de Gianfranco Pagliaro; La Bikina, de Gualberto Ibarreto; Sereno, por Drupi; Hoy daría yo la vida, por Martinha; Bella senz´Anima, con Ricardo Cocciante; entre otras que hoy nos convocan a revivir la nostalgia de un tiempo diáfano.
Al compás de estas melodías surgen como en fotogramas comprimidos, escenas de películas que vi en una Cinemateca diseñada desde la diversidad de una democracia plural donde lo ideológico no era freno para el disfrute de lo estético. En todo caso, las premisas políticas sólo operaban como complemento de un todo que no necesariamente tenía porque determinar la complejidad de la insólita belleza.
Era tanta mi entrega a la Cinemateca que la mujer de un compadre llegó a decirme, no sin cierta sorna: “!Mijo, desde que te conozco no quieres salir de allí. Un día de estos va a salir preñado de la Cinemateca!”. Y no se equivocó Omaira. Salí preñado de ideas luminosas y con un cosmos lleno de sueños y fantasías, muy superior a la sórdida realidad que aún me circunda.
Como museos o bancos de cultura, las cinematecas deben no sólo resguardar el patrimonio cinematográfico de todo el mundo, sino sentar las bases de una sólida cultura visual. Esa pauta fijada por la Cinemateca dio pie al florecimiento de los cineclubes y las salas de arte y ensayo, más propias de los circuitos comerciales. Pero esa otra historia que quiero traer a colación en una nueva entrega. Esta historia continuará. ¡Abur y hasta la próxima semana! casconcert.blogspot.com cartonsil@hotmail.com, casconcert@gmail.com

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