jueves, mayo 21, 2009

Memorias de un cinéfilo (1)


Sería necesario vivir dos vidas para disfrutar de las noblezas del cine arte que se hizo durante el siglo XX. En una lista significativa se anotan autores fundamentales, sin cuyos aportes sería difícil, por no decir imposible, entender la esencia de la modernidad A la par de la música y la literatura, el cine fue alimentando la estética y el espíritu mismo de la modernidad. Buñuel, Bergman, Passolini, Bertolucci, Godard, Truffaut, Kurosawa, Fellini, Zefirelli, Allen, Saura, entre otros portentos del séptimo arte fueron los diseñadores de una secreta enciclopedia que nos enseñó a mirar el mundo y a nosotros mismos de otra manera.
Fue su carácter de transformadora novedad lo que me animó a ser adicto al cine. Aunque mi afición al cine arte nace formalmente en 1974 cuando comienzo a visitar la Cinemateca Nacional, fue en 1969 con el estreno en Venezuela de la película Fellini Satyricon cuando brotó en mí la curiosidad de ver algo distinto al cine comercial y tradicional.
El hecho se produjo en el viejo cine California cuando un domingo, sin avisar ni invitar a nadie encaminé mis pasos hacia esa sala que compartía espacio con la fuente de soda del lugar. Fue en ese rincón donde me dejé atrapar por las imágenes de una propuesta cuyo contenido entendía muy poco. Esa película que años después vi con mayor atención provocó en mí un cambio absoluto en mi manera de percibir el cine, el arte y la vida.
Con el tiempo, a la ya existente Cinemateca Nacional se fueron agregando otros espacios para el cine arte como Sala de conciertos de la UCV, Cine Prensa del CNP, la Previsora, el Cine Trasnocho y unos cuantos cines comerciales que apostaban a esta modalidad. En este último renglón se inscriben Radio City y el Centro Comercial Cacaito; el Ateneo de Maracay y el Cine Club de la Facultad de Agronomía de la UCV en Maracay, entre otros que constituyeron los espacios de esa primera educación intelectual y afectiva que alimentó mi espíritu y ahuyentó parcialmente el travieso fantasma de la soledad.
Fue a raíz de la muerte de mi madre y en atención a las sugerencias de la amiga y compañera de estudios Cenayda Rivero cuando tomé la decisión de visitar con más frecuencia esas salas de cine. “Si quieres drenar esa tristeza camina-insistía mi amiga-, camina hasta que el cuerpo quiera detenerse” Así lo hice, y entre trecho y trecho entraba a una sala de cine.
El impacto o sacudón que sintió mi sensibilidad con Un perro andaluz (de Buñuel) abrió un camino del cual no me he separado, a pesar del empeño de la industria del entretenimiento por sacrificar los derechos del espectador exigente por las ganancias del mercado o las urgencias ideológicas de algunos gobiernos unidimensionales.
En mi transitar por la pantalla grande en sonido estereofónico y en banda de 35 milímetros tuve la dicha y el privilegio de ver grandes maravillas como Cuernos de Cabra, película búlgara dirigida por Metodi Andonov; El Silencio de Igmar Bergman, El discreto encanto de la burguesía y Belle de jour, de Luis Buñuel, La Conversación de Francis Ford Coppolla, Ladrones de bicicletas y El jardín de los Finzi Contini, de Vittorio de Sica (Con la inolvidable actuación de Dominique Sanda, cuya excitante boca aún nos seduce desde la distancia que marca el tiempo), Novecento, de Bertolucci; Teorema, y Los Cuentos de Canterbury, de Pier Paolo Pasolini; Fahrenheit 451 y Jules et Jim, de Francoise Truffaut; Araya, de Margot Benacerraff; Oriana, de Fina Torres; 8 y medio, Amarcord Federico Satyricon, de Federico Fellini; La naranja mecánica, de Stanley Kubrick; Cuentos de la luna pálida de agosto, del japonés Kenji Mizoguchi; Cinema Paradiso, de Giuseppe Tornatore, entre una larga lista en las cuales no anoto algunos clásicos históricos (Doctor Zhivago), y musicales como Woodstock.
Ese primer cine arte, hecho en gran parte en blanco y negro, fue la base de mi estética visual. El cine y lo más revelador de las vanguardias artísticas del siglo XX fermentaron en mí una semiología de la imagen que terminó por conformar una estética de la vida, de la política y de lo humano. Ahora cuando es muy fácil y sencillo acceder al gran cine a través de los blogs especializados, no dejo de sonreírme y valorar todo ese tiempo depositado en esas salas de cine que fueron los verdaderos centros de mi formación.
Fue a propósito de un blog dedicado a los clásicos del cine cuando comencé rememorar esos instantes vividos en la oscuridad esclarecedora. Valga ese oximoron que fue y sigue siendo para mí el cine: la oscuridad encendida o la tiniebla resplandeciente de belleza, revelaciones inauditas y muchos recuerdos que nos permiten valorar aún más esa vida fraguada y realizada en libertad. Esta historia continuará. ¡Abur y hasta la próxima entrega! casconcert.blogspot.com cartonsil@hotmail.com, casconcert@gmail.com

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