viernes, febrero 13, 2009

Recuerdos Paulatinos (Parte 6)


No es una exageración afirmar que los tres reyes magos vinieron de Maracaibo. Efectivamente, en 1960 cuando el maestro Billo decide reestructurar su orquesta toma la feliz determinación de contratar a tres grades solistas maracuchos o marabinos: Felipe Pirela, José Cheo García, y Joe Urdaneta, quien se incorporará dos años después al equipo. Al pasar el tiempo se forma otro line up en la orquesta más popular de Venezuela con la llegada de José Luís Rodríguez y Memo Morales, el Gitano Maracucho
De este primer trío que amenizó la escena musical entre 1960 y 1964, resalta por su indiscutible carisma y gran calidad interpretativa el inefable Cheo García, quien asumió la exigente pero agradable tarea de hacer bailar a la gran audiencia que en esos años colmaba las principales salas de baile de las grandes ciudades y pueblos del país.
Bastaría decir que Cheo, con quien tenemos una enorme deuda histórica, representa una referencia de primer orden en el género guaracha. Junto a Manolo Monterrey (el Ciclón antillano) y Víctor Piñero representa la trilogía por excelencia de este ritmo oriundo de Cuba. Durante una larga trayectoria de aciertos y satisfacciones recordamos con mucha nostalgia la etapa que le tocó compartir con Felipe Pirela, su paisano del Empedrao y partenaire en la interpretación de los famosos mosaicos de Billo, unos pouporrit que intercalaban boleros y guarachas.
Pero más allá de los datos históricos y musicales de José Rafael García Áñez, para los efectos de esta crónica nos interesa esa parte anecdótica ligada a mi vida afectiva. Debo confesar que siempre sentí preferencia por Pirela porque su voz tenía el privilegio de tender un puente entre los corazones que buscaban probar suerte en el amor. Cheo era como se dice “el corta nota” porque cuando uno estaba en el instante clave del romance, nos soltaba aquello: “de cuidadito compay gallo, cuidadito, aquí donde usted me ve yo tengo mi periquita, busque usted su gallinita, que esa se hizo para usted…”
Sin embargo, a pesar de este detalle que perdió relevancia con el paso del tiempo, Cheo era una contraparte de categoría que no podíamos obviar en aquellos mosaicos ensamblados para se bailados y cantados. Esta segunda opción fue la que tomé cuando enamorado de una muchacha en La Vega me tocó cantarle al pie de una escalera de madera. Como ejercicio nemotécnico tuve que incluir hasta las guarachas de Cheo. María Teresa con color de plenilunio y el olor de noche costeña ha sido hasta ahora la única persona que ha logrado soportar sin pestañear dos mosaicos de Billo cantado por quien apenas se atreve a tararear debajo de la regadera. Esta capacidad de aguante de María Teresa no estuvo a la altura de la impaciencia de mí tía Luisa quien se las ingenió para distanciarla de mí. Con el pretexto de evitar su “deshonra” y apartar de mí el cáliz de la perdición habló con la mamá de esta muchacha que se me extravió en la neblina de los recuerdos.
Los latinoamericanos vivimos en la paradoja de celebrar con boleros y despachar el despecho con guarachas. Y más que celebrar, la guaracha nos sirve para minimizar, o quizás para enmascarar las penas. Esta fue la primera razón por la cual me reconcilié con ese gran cantante, alma y motor de todas las fiestas que se han hecho en Venezuela a partir de 1960. Los primeros términos de esa reconciliación la marcó el celebrado y bien bailado tema La vaca vieja, que sonó durante esos años y sirvió para acompañar mi soledad mientras estuve internado en el Centro Educacional Para Adolescentes (CEPA) en Las Clavellinas.
A la popular Vaca vieja le siguen innumerables éxitos como “El profesor Rui ra, Una flor para mascar, Toy Contento”, “La Flor del Trabajo”, “La Negra Leonor”, “El Caballo Alazán”, “Pa’ Maracaibo Me Voy” (de su autoría) , “No Hay Quien le Gane (al Magallanes)”, “Santa Marta, Barranquilla y Cartagena”, “Los Cadetes”, “Canto a Caracas”, “Ariel”, “El Brujo”, “Si Yo Tuviera una Novia, entre otros tantos hits.
Cheo García es hoy no sólo un recuerdo sino una presencia permanente la cual podemos invocar e invitar a nuestros saraos y esas evocatorias reactivadotas del imaginario maracucho y cabimeño, donde siempre están presentes valores como los Blanco, Los Master, Imperials, Gran Caribe y otros tantos grupos zulianos que hacen honor a esas estirpe de guaracheros que Cheo supo representar con bonhomía y talento. Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. En una oportunidad cuando me tocó pasar el año nuevo en el exterior pudo corroborar el valor de este gran guarachero. Confieso que en el justo instante de la medianoche sentí melancolía y extrañé profundamente las canciones de Billos y especialmente las interpretadas por quien tenía el don de ponerle sabor a estas despedidas anuales. Esta historia continuará. ¡Abur y hasta la próxima entrega!

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