jueves, enero 22, 2009

Recuerdos paulatinos (Parte 3)


Quizás fue en la parroquia La Vega donde comencé a saborear por vez primera los privilegios de la libertad. Mi hermana Aura se había ido de la casa para hacer vida independiente con su marido Ricardo Yaya. Mi sobrino Bernardo José nacería exactamente el 23 de septiembre de 1961, dos meses y una semana después de la muerte de mi abuelo Leopoldo Silva. Desde ese entonces comencé a manejarme solo. A los once años ya había trajinado las principales calles de La Vega, Los Paraparos, El Paraíso, Puente Hierro, El Guarataro, La Plaza Oleary, Santa Rosalía, San Martín, El Calvario y todo el centro de la ciudad de Caracas. A tan corta edad ya me había iniciado en los ritos de la modernidad.
Mi madre era una mujer absolutamente moderna. De ella aprendí el sentido de la independencia que han caracterizado gran parte de mi vida. Junto al sentido de independencia estaba el respeto a la individualidad, inherente a la libertad.
Con ese mismo sentido de libertad vestía y comía lo que me apetecía siempre y cuando tuviera la disponibilidad monetaria. Ese aire de libertad me llevó más de una vez al Restaurant Primavera a saborear las exquisiteces de la comida italiana. Por esa inclinación que siempre he sentido hacia la música y gastronomía mediterráneas, no desperdiciaba ninguna oportunidad para disfrutar los platos que a muy módicos precios ofrecían en esa modesta trattoria.
El restaurante Primavera estaba ubicado en la calle principal, a pocos metros de la iglesia, al lado del Cine La Vega y al frente de una taguarita china donde vendían un delicioso quesillo a medio (Bs. 0,25). Con aromas caseros que mezclaban técnicas artesanales aprendidas en su terruño natal y una sazón lograda con especies e ingredientes gratos al paladar, los italianos ofrecían un exquisito menú a precios súper solidarios. Ante esos olores embriagantes e inconfundiblemente nobles me sentaba a deglutir el sabroso menestrón o la pasta a la boloñesa que hacían del lugar un palacio concebido para festejar el buen apetito. En una fiesta de aromas desfilaban los tortellini, los fetucchini bañados en salsa boloñesa, napolitana y pesto. Los sabores de la albahaca, orégano, pignoli entraban en un duelo de fragancias que constituían el único efecto propagandístico de este restaurante italiano.
Cuando pienso en estos platillos, no puedo dejar de evocar las canciones del Festival de San Remo al estilo de Come prima y Al di la, canción que sirvió de tema a una película insulsa que lleva por título Los amantes deben aprender. Por influencia de mi hermana Aura me convertí desde pequeño en un seguidor del Festival de San Remo.
Cuando todas estas cosas estaban sucediendo sonaba mucho la archiconocida Arrivederci Roma, compuesta por Renato Ranucci Massa, el mismo que se alzara con el primer lugar en el San Remo de 1960 gracias a su interpretación del tema intitulado Romántica.
De acuerdo al poder adquisitivo de los comensales, iban y venían los pedidos que incluían entradas y guarniciones donde no faltaban las sopas, los pastichos, los quesos, los panes y la focaccia. Mis escasos recursos sólo me permitían un ministrone o un plato de espaguetti, que entre los dos no sumaban tres bolívares. Era tan barato que todavía me alcanzaba para el refresco y el consabido quesillo de los chinos del frente.
Junto al Primavera me vienen los recuerdos del Cine La Vega donde más de una vez me colé para ver películas censura C, sólo aptas para mayores de 18 años. Tal fue el caso del estreno de la película El Rapto de las sabinas, producción argentina que me sedujo por las posibilidades de ver los muslos y algo más de las actrices mexicanas Lorena y Tere Velásquez. Esa vez corrí con suerte. Logré esconderme en el baño hasta que apagaran las luces de la sala. Todo al parecer iba muy bien cuando una linterna me alumbró de lleno en la cara. Enseguida el guarda sala se percató que estaba coleado. La emoción y el susto me delataron. Cuando fui sacado del cine la película estaba por terminar. No importaba, ya había visto algo de la desnudez de esas dos mujeres que amaba a través de la revistas y otras tantas películas que llenaron mis horas de soledad. Esta historia continuará. ¡Abur y hasta la próxima entrega!

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