
Los apuntes de esta historia forman parte de una visión que no tiene correspondencia con el mundo de hoy, mejor dicho con el mundo de la inmediatez. Son recuerdos paulatinos porque guardan más bien relación con fragmentos que vienen en flash back y en cámara lenta. Esta historia al chocar con la realidad o los prejuicios que han conformado esa realidad, resulta falsa. Cualquier intento por escribir lo que pasó a mi alrededor está ligeramente atenuado por mi percepción. Sin embargo esta escritura realiza un viaje a través del tiempo para extraer la quintaesencia de lo que pasó. El ejercicio de la escritura hace que estos recuerdos retomen un segundo aliento. A través de la palabra trato de asir el tiempo indócil e invertebrado de la memoria, más cercano a la ficción y a los sueños.
Gran parte de estos recuerdos paulatinos transcurren en la parroquia La Vega donde viví entre 1957 y 1963. Entre el barrio San Miguel y La Hoyada se fraguaron estas anécdotas que tuvieron como música de fondo una rockola llena de sonados éxitos como Tres meses de vida y El cocotero en la voz de Lila Morillo y Cuando no se de ti por Rosa Virginia Chacín.
El inicio de mi adolescencia trascurrió en un caserón donde convivíamos varias familias como ya indicamos en nuestra crónica anterior. Un asiduo visitante de esa casa de vecindad era el señor Padilla, quien llevó a su sobrino Rafael, estudiante de arquitectura, a vivir con nosotros. Una habitación iluminada por granados siempre en flor le servía de albergue. Sus días de estudiante de la UCV se interrumpieron cuando embarazó a una linda muchacha de nombre Corina, quien tenía como rasgo característico un enorme lunar que le ocupaba el entrecejo.
De mi temporada en La Hoyada recuerdo la presencia de un rosacruz siempre dispuesto a servir a los vecinos a quienes les ofrecía gratuitamente sus conocimientos en la reparación de aparatos electrodomésticos. Por esa casa desfilaron varios miembros del clan de Arquitectura de la UCV entre ellos José Ignacio Cadavieco y el popular Joselo Díaz, quienes hacían mofa de Rómulo Betancourt cuya popularidad en Caracas había llegado al subsuelo.
En medio de estos episodios evoco la figura severa de mi madre, quien jamás toleró verme con la camisa semi abierta, al punto que me prohibió andar con esa facha por la calle. Una vez, olvidando su advertencia, me dispuse a jugar pelota en medio de la calle. Estaba a mis anchas y con el pecho descubierto cuando vi apenas el celaje de una mano que me arrebató la camisa. Era mi madre quien ese día me hizo pasar una gran vergüenza ante todo el vecindario.
En esa misma casa presencié una sesión de espiritismo, la cual produjo en mí una especie de curiosidad y temor. Fue quizás ese miedo lo que arrinconó mi ánimo una noche cuando llegué a ese enorme caserón y vi todo oscuro. Había regresado de la escuela y al distraerme por las calles de La Vega no me percaté que ya había anochecido.
En medio de las tinieblas me acordé de la sesión espiritista y no entendía qué podía haber pasado. Al final me dijo una vecina que todos se habían ido para la funeraria porque el señor Padilla había muerto de un infarto. Ese día me sentí realmente desamparado y enrumbé mis pasos hacia la parada de los autobuses a esperar a mi mamá. En ese lugar las horas pasaron con angustiante lentitud. Al final vi descender de un bus marrón a mi madre que se sorprendió de verme tan asustado. Al verla me volvió el alma al cuerpo y desapareció el desamparo. Ya no estaba solo y hasta podía hacer un chiste de este momento tan triste. Esta historia continuará. ¡Abur y hasta la próxima entrega! casconcert.blogspot.com cartonsil@hotmail.com, casconcert@gmail.com
Gran parte de estos recuerdos paulatinos transcurren en la parroquia La Vega donde viví entre 1957 y 1963. Entre el barrio San Miguel y La Hoyada se fraguaron estas anécdotas que tuvieron como música de fondo una rockola llena de sonados éxitos como Tres meses de vida y El cocotero en la voz de Lila Morillo y Cuando no se de ti por Rosa Virginia Chacín.
El inicio de mi adolescencia trascurrió en un caserón donde convivíamos varias familias como ya indicamos en nuestra crónica anterior. Un asiduo visitante de esa casa de vecindad era el señor Padilla, quien llevó a su sobrino Rafael, estudiante de arquitectura, a vivir con nosotros. Una habitación iluminada por granados siempre en flor le servía de albergue. Sus días de estudiante de la UCV se interrumpieron cuando embarazó a una linda muchacha de nombre Corina, quien tenía como rasgo característico un enorme lunar que le ocupaba el entrecejo.
De mi temporada en La Hoyada recuerdo la presencia de un rosacruz siempre dispuesto a servir a los vecinos a quienes les ofrecía gratuitamente sus conocimientos en la reparación de aparatos electrodomésticos. Por esa casa desfilaron varios miembros del clan de Arquitectura de la UCV entre ellos José Ignacio Cadavieco y el popular Joselo Díaz, quienes hacían mofa de Rómulo Betancourt cuya popularidad en Caracas había llegado al subsuelo.
En medio de estos episodios evoco la figura severa de mi madre, quien jamás toleró verme con la camisa semi abierta, al punto que me prohibió andar con esa facha por la calle. Una vez, olvidando su advertencia, me dispuse a jugar pelota en medio de la calle. Estaba a mis anchas y con el pecho descubierto cuando vi apenas el celaje de una mano que me arrebató la camisa. Era mi madre quien ese día me hizo pasar una gran vergüenza ante todo el vecindario.
En esa misma casa presencié una sesión de espiritismo, la cual produjo en mí una especie de curiosidad y temor. Fue quizás ese miedo lo que arrinconó mi ánimo una noche cuando llegué a ese enorme caserón y vi todo oscuro. Había regresado de la escuela y al distraerme por las calles de La Vega no me percaté que ya había anochecido.
En medio de las tinieblas me acordé de la sesión espiritista y no entendía qué podía haber pasado. Al final me dijo una vecina que todos se habían ido para la funeraria porque el señor Padilla había muerto de un infarto. Ese día me sentí realmente desamparado y enrumbé mis pasos hacia la parada de los autobuses a esperar a mi mamá. En ese lugar las horas pasaron con angustiante lentitud. Al final vi descender de un bus marrón a mi madre que se sorprendió de verme tan asustado. Al verla me volvió el alma al cuerpo y desapareció el desamparo. Ya no estaba solo y hasta podía hacer un chiste de este momento tan triste. Esta historia continuará. ¡Abur y hasta la próxima entrega! casconcert.blogspot.com cartonsil@hotmail.com, casconcert@gmail.com
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