sábado, abril 18, 2009

Sonata del Café Picadilly


“La amistad es más difícil y más rara que el
amor. Por eso hay que salvarla como sea”
Anónimo

Entre los lugares predilectos que nos ofrece la urbe están los cafetines, especie de oasis donde el tiempo se detiene como espacio amable para la reflexión, la divagancia o el simple placer de compartir un aromático café con alguien cercano a nuestras preocupaciones e intereses estéticos.
Durante los años que viví en Caracas dos cafetines canalizaron mi atención y parte de mi tiempo de ocio: El café Viena, ubicado en el Pasaje Zingg, y el Picadilly, situado entre las esquinas de Veroes e Ibarras de la avenida Urdaneta. Al primero ya me referí en una crónica bastante explicativa. El segundo está ligado a unos recuerdos que corrían el riesgo de ser clasificados como archivos muertos.
La aplanadora del olvido estaba a punto de triturar un tramo significativo de mis recuerdos juveniles cuando gracias a un tema musical (El adagio de Albinoni) recuperé un tiempo vivo donde se dan la mano la amistad, la arquitectura de la ciudad y por supuesto la música.
Fue a principio de los 70 cuando conocí a Miriam Martínez, una trigueña que trabajaba como dependienta de la tienda Don Disco, sucursal de la avenida Urdaneta. Miriam tenía muy arraigado el don de la persuasión en cuanto a materia musical. Desde el primer momento que la vi supe que nuestra relación traspasaría la lógica casual de cliente-vendedor. Con mucha entrega y mística a su oficio me recomendaba discos de diferentes tendencias. Sus sugerencias casi siempre apuntaban hacia los clásicos.
Un señor de apellido Quesada fungía de dueño o encargado del negocio. Era un caballero discreto, amable y atento a su oficio. Por las estanterías de los vinilos de aquel entonces desfilaron exigentes melómanos de la talla de José Ignacio Cabrujas, el actor Jorge Palacios y el político Eduardo Fernández, quienes sin menospreciar sus oficios y profesiones habituales, eran clientes apasionados y actualizados en materia discográfica.
En mi caso de estudiante de la UCV con una mesada bastante irrisoria era muy poco lo que podía llevar de esa discotienda. En esos trances de economía reducida, Miriam era la asesora más eficaz que tuve en ese tiempo. Un disco de Walter Carlos versionando electrónicamente piezas de Johann Sebastian Bach fue el encargado de sellar el vínculo de una sólida amistad. Creo que fue en diciembre de 1972 cuando recibí de regalo el disco Switched on Bach, que representó todo un acontecimiento entre quienes nos iniciábamos en los caminos de la música electrónica.
Pero más que hablar del disco Switched on Bach y las excelencias de la tienda Don Disco, cabe señalar que fue precisamente a partir de mi relación con Miriam cuando comencé a visitar el cafetín Picadilly donde en incontables ocasiones nos dimos a la tertulia como preámbulo y alimento de una inolvidable amistad.
Para ese entonces, Picadilly era en nuestro imaginario un café agradable y muy propicio en el discurrir de aquellos minutos de su tiempo de descanso y el tiempo exacto que antecedía mi entrada a la Universidad. En un país donde lo hiperbólico sustituye la dimensión de lo real y el fingimiento es nuestra auténtica máscara de identidad, estas tertulias tenían el peso de querer explicarnos como país en el sentido cabrujano, de darle un sentido de trascendencia a partir de lo que leíamos, escuchábamos y se asomaba como nuestro orgullo.
Miriam era partidaria de jugar a esos juegos de espejos y realidades paralelas que señalaban las posibilidades de ser otros a partir de la permanencia vespertina en un cafetín con un nombre que no tenía nada que ver con lo que marcaba la cotidianidad nacional.
Nuestras tardes bañadas por una luz especial y condimentada con disertaciones sobre arte, música y cine daban cabida a muchas pasiones que tomaban el nombre de Bergman, Herbert von Karajan y su autocrática gestión al frente de la Orquesta Filarmónica de Berlín. Un tema casi obligatorio era Bach, esa primera pasión juvenil que nos llevó a amar la belleza y la armonía contenidas en el arte de la fuga y la ciencia del contrapunto. Esas tardes donde nunca faltó Vivaldi, Albinoni, Scarlatti y otros maestros del barroco, tienen el aire de una sonata que nunca llegaré a escribir pero que está latente en esos espacios donde belleza y verdad dan cauce y sentido a la amistad entre un hombre y una mujer. Abur y hasta la próxima! casconcert.blogspot.com cartonsil@hotmail.com, casconcert@gmail.com

Leyenda foto 1
Este disco editado en 1969 bajo la impronta de Walter Carlos fue el inicio de una bella amistad y el motivo de algunas tertulias en el Cafetín Picadilly.

1 comentario:

sanaez dijo...

Me encantan estos relatos que nos hacen volar a los lugares como si allí nos encontramos,tan llenos de detalles y bien descritos que parece lo hubieras vivido ayer....