miércoles, enero 14, 2009

Recuerdos paulatinos (Parte 1)




Atrás dejamos a diciembre con su carga de consumo y diversiones. Ahora queda diagramar como quien dice el futuro. Mientras tanto yo sigo en flash back. En mi empeño de nadar contra la corriente me remito a los retazos de un pasado recurrente. Fue a mediados de diciembre cuando en compañía del amigo Alfonso Solano decidí instalarme en una trattoria de los Palos Grandes. En medio del bullicio navideño tratamos de hacer abstracción para dedicarnos a lo que más nos gusta: hablar de música, literatura y otros temas referidos a la ciudad que se nos escapa a causa de gobiernos desacertados.
En medio de la conversación me trasladé a los primeros años de la década de los 60 cuando asimilábamos la modernidad en blanco y negro. Como un fogonazo persistente me vino el recuerdo paulatino de Paula Bellini, una famosa locutora que tuvo entre sus virtudes la sobriedad, la elegancia y los atributos bien administrados de una belleza discreta y seductora.
Todas estas cualidades están fielmente retratadas en una canción compuesta y estrenada por Billo Frómeta en 1962. Junto a Paula Bellini brillaron también figuras como Marina Baura (la famosa color de Oro), Henry Altuve entre otras que acapararon la atención de los venezolanos quienes sin control remoto nos aferrábamos a los mitos publicitarios de la naciente década.
Al observar en sepia el rostro de Paula Bellini, me viene a la mente la imagen de otra Paula, una señora con quien compartí un espacio en la vecindad de La Hoyada de La Vega. Además de la señora Dilia y sus hijos Mario, Omaira y Elida, en esa casa de vecindad vivíamos mi mamá, la señora Paula, su hija María Teresa, quien mantenía amores sempiternos con un tal Ángelo.
Además de la canción de Billo, recuerdo muy nítidamente que para esa época todavía persistía el delirio colectivo que se suscitó a raíz del lanzamiento del Pájaro Chogüí interpretado por Néstor Zavarce. De este cantante y actor también sonaron otros temas como Novia, Tarde gris, Zulia y Vivian.
Cuando evoco estos instantes surgen sonidos, temas y canciones de muchas latitudes como Cuando Cuando Cuando, éxito del Festival de San Remo muy popularizado en nuestro país a partir de la versión de Héctor Cabrera. Con esa canción de fondo ubico las escenas de la Alcantarilla en Puerto Cabello donde un sacerdote socorre en sus brazos a un soldado herido en los hechos conocidos como El Porteñazo.
Los venezolanos de ese entonces también teníamos como telón de fondo la lucha armada cuyo rechazo masivo quedó evidenciado en los numerosos graffitis que tomaron las paredes de Caracas y otras ciudades del país.
En mi transitar por la Venezuela de esos años me detengo en los predios de las Colinas de Bello Monte, concretamente a escasos metros de Sears, donde estaba ubicado el Restaurant Cachapas Canaima. En este negocio trabajó mi madre Jerónima Silva, quien no sólo cumplía las exigencias de la comida criolla, sino que además tenía elevadas cualidades para la carta internacional.
Precisamente al lado de Cachapas Canaima quedaba el Rancho Tranquilino, primer negocio de parrillada argentina que se funda en el país, cuyo dueño trató de sonsacar a mi madre para llevarla a su negocio. Mi mamá con un alto sentido de la lealtad se negó rotundamente. Este gesto no fue tomado en cuenta por los socios de Canaima quienes a los pocos meses la despidieron sin justificación alguna.
Desamparada y desmoralizada, mi mamá se refugió en la peluquería más cercana donde un amigo la orientó y le puso un abogado a su disposición. Gracias a este estilista, quien nunca negó su orientación homosexual, mi madre pudo cobrar sus prestaciones sociales. Estas son las imágenes que se arremolinan en mi interior cuando escucho el tema de Billo, quien a igual que nosotros, se sorprendió de encontrar en Caracas una Bellini con garbo y el poder suficiente para ponernos a soñar. Esta historia continuará en la próxima entrega ¡Abur y hasta la próxima!

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