viernes, febrero 06, 2009

Recuerdos Paulatinos (Parte 5) La fiesta existencialista de los 60

Nunca conocí a alguien que haya estado en una fiesta existencialista, de esas que se hacían al principio de los 60 y que despertaron más de una suspicacia y equívocos. Venezuela como otros países latinoamericanos experimentó en sus ciudades más importantes no sólo un crecimiento demográfico sino un cambio sustancial en sus costumbres y manera utilizar el tiempo de ocio.
Efectivamente, ese “time out” (tiempo de descanso), que en países como en Estados Unidos, Francia o Alemania tuvo una manifestación resueltamente cosmopolita, en el nuestro se mostró tímido y algo pueblerino. Como en otras latitudes, quienes aquí en Venezuela propiciaban estos eventos privados pertenecían a los estratos más ilustrados de la clase media. Estudiantes, profesionales e individuos avant garde se las ingeniaban para armar esas reuniones donde se daba rienda suelta para que las personas se expresaran con total libertad. Si no me equivoco, se trataban de reuniones ambientadas con música y alimentadas con discusiones interminables.
El cuerpo filosófico de este comportamiento grupal tenía el respaldo doctrinario de pensadores existencialistas que eran leídos y adorados como una especie de tótems. Sastre, Kierkegaard, Heiddeger (el más importante de todos) Jaspers y Camus funcionaron como nutrientes conceptuales de esa generación que dejaba atrás diez años de dictadura militar.
A pesar de haberse instaurado la democracia a partir del 23 de enero de 1958, los factores represivos aún persistían para despecho de quienes desde la vanguardia política en 1960 decidieron irse a las montañas para tomar la vía armada. A la par de la insurrección guerrillera, el país urbano tuvo también su respuesta iracunda e irreverente a través de grupos literarios y artísticos como el Techo de la Ballena en el cual militaron intelectuales como Adriano González León, Carlos Contramaestre, Juan Calzadilla, Caupolicán Ovalles, Salvador Garmendia, Edmundo Aray, Dámaso Ogaz, , entre otros tantos.
A la par de las incursiones de la izquierda política y militante, los existencialistas seguían en su tarea de vivir la existencia de acuerdo a los postulados de sus más connotados ideólogos. Para estos pensadores la existencia tiene un significado restringido el cual está referido al mundo propio del hombre. La existencia es el punto de partida para la acción del hombre quien debe valorar la libertad de elección y su correspondiente responsabilidad social. Para algunos filósofos de esta corriente, la existencia como centro de toda acción y devenir antecede a la esencia. Para Kierkegaard, el acto de vivir, al no ofrecer posibilidades de garantías, genera una angustia existencial. Este estigma guiará la acción del hombre a lo largo de toda su vida. Sastre, por su parte se refiere al absurdo de vivir. Existir es sinónimo de estar en el mundo con todas sus implicaciones.
Estas reflexiones formaban parte de los temas abordados en esas fiestas existencialistas. Mientras que algunos le daban rienda suelta al cuerpo al compás de la música, otros se entregaban a la tertulia prolongada. Como música de fondo sonaba algún jazz de Dave Brubeck y su famoso disco Time out, muy escuchado por los intelectuales de ese entonces. Además de Brubeck, se consumía mucho Al Hirt, Orquesta Serenata Tropical con el disco Rumbas Solamente Rumbas, Xiomara Alfaro, Yma Sumac, María Callas, Andre Kostelanetz, Duke Ellington entre una larga lista de estilos y tendencias. En ese entones la marihuana era una tímida tentación y el sexo una invitación para el amor libre y sin restricciones.
Un amigo de esa generación, amante del jazz, del cine de vanguardia y la música clásica, al escuchar mi pregunta me soltó una sonora carcajada y me respondió con cierta ironía: “Todas nuestras fiestas en ese período eran existencialistas. Las demás eran puros disfraces”. Si lo interpreto bien, creo que mis amigos eran existencialistas sin pregonarlo. Lo eran por la manera de vestir, por sus gustos y pensamientos de avanzada. Pero particularmente lo eran por su actitud ante la vida. En cambio yo a mi corta edad sólo me limitaba a escuchar los comentarios y elucubraciones de quienes sin haber estado nunca en una fiesta existencialista, hablaban con vaguedad, argumentos muy pobres y nada convincentes. En mi caso sustituí la falta de experiencia directa por mi imaginación sin límites. En mi viejo tocadiscos repetía y una y muchas veces la pieza Caravana (de Duke Ellington y Juan Tizol) que sin saber que era un icono del jazz, había activado los resortes de mi sensibilidad para imaginarme en medio de un salón conversando y haciéndome las mismas interrogantes que motivaron el espíritu de esas tertulias. Esta historia continuará. ¡Abur y hasta la próxima entrega!

1 comentario:

Almaluz Díaz dijo...

Excelente y sin desperdicio esta crónica. Este tipo de fiestas se me parece a los "conversatorios con fines recordatorios" que propone mi amigo nunca bien ponderado, Francisco Sosa. Se trata de encuentros en los que uno se dedica junto a amigos que tiene tiempo sin ver, a revivir episodios pasados, sobre todo, de aquellos cargados de gracia y humor. Uno de estos conversatorios tuvo lugar en La Guaira el año antepasado. Quedé con ganas de hacer otros.